El deseo de recibir, en el que nos encontramos ahora, es malo.
Es muy bueno si queremos disfrutar de la vida y nos ayuda tanto como
puede. Pero se vuelve malo y cruel si se evoca en nosotros un deseo de otorgar, éste no nos permite adherirnos al Creador, al nivel superior. El deseo de recibir pone un Majsom (barrera) entre el superior y nosotros, que no nos permite pasar.
El punto, la chispa de otorgamiento, anhela fuertemente adherirse con el Creador. Cuanto más lo domine el deseo
de recibir, más anhela al Creador. Cuanto más se revele el dominio del
ego, más fuertemente tiene que luchar este punto con él. Así crece su
intención por el Creador y al mismo tiempo la tristeza y el dolor
también crecen, debido a la imposibilidad de adherirse con el Creador.
Su sensación de exilio se vuelve mayor y más amarga. La tensión, la presión, el anhelo
crecen y por lo tanto, las vasijas se forman. Las vasijas para alcanzar
este nivel superior no se forman por medio del deseo de recibir que se
ha convertido en un deseo de otorgar, sino que son derivadas de él. Son
el resultado de los esfuerzos y sufrimientos, de la lucha entre la chispa de otorgamiento que hay dentro de la persona y su deseo de recibir. La chispa lucha por adherirse con el
Creador, pero no puede hacerlo puesto que el deseo de recibir la agarra
por los pies y no deja que se libere. Entonces su esfuerzo, (del cual es
responsable el deseo de recibir, puesto que éste ya tenía el “punto en
el corazón” en sus manos), se convierte en la vasija en la que se revela
la unidad del siguiente nivel. Esto significa que el deseo de recibir
en sí mismo no se convierte en esta vasija, siempre permanece
restringido, pero nosotros trabajamos por encima de él, al construir
nuestra vasija por encima de él, con los ladrillos de nuestro esfuerzo.
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