En nuestra evolución, pasamos por cuatro
etapas de los deseos que pertenecen a este mundo: inanimado,
vegetativo, animado y hablante. Cada nuevo peldaño es más “escarpado”
que el previo.
Más tarde, comienza un nivel de
desarrollo totalmente nuevo, mediante el cual el deseo de recibir aspira
a la corrección. Mientras más esfuerzos apliquemos, mientras mayor sea
nuestra aspiración a la unidad y al amor, más maldad revelamos dentro de nosotros.
Se trata de más un proceso cualitativo durante el cual adquirimos todo el “grosor” de los deseos en los cuatro mundos de ABYA,
de acuerdo a los esfuerzos que aplicamos. Así, llegamos al punto más
alto en el cual toda la inclinación malvada ya ha sido manifestada
dentro de nosotros. Aun cuando al nacer está investida en
su deseo de recibir, ésta sólo comienza a despertar después de trece
años y entonces uno comienza a entrar al sistema de los mundos puros. Uno ya tiene un deseo egoísta enorme,
exorbitante, en cuyo interior hay un punto en el corazón. Este está
conectado con la Luz y es por eso que comienza a actuar. Así, después de
“trece años” de adquirir todo el deseo de recibir en aras de recibir,
se despierta el punto en el corazón
(*) su conexión con la Luz circundante. Es como si infláramos el
balón de nuestro deseo, alcanzando nuestro punto a través de los mundos
impuros de ABYA y entonces este se despierta.
Hasta entonces, este no emerge a la
superficie desde las profundidades. Naturalmente, sólo podemos corregir
los defectos que ya se han manifestado en nosotros. Y viceversa, hasta
que no hayan sido expuestos, ¿por qué aparecerían los puntos en el
corazón?. Cuando uno obtiene el excesivo deseo
de recibir espiritual, uno desea devorar, para mi propio deleite, toda
la riqueza y deleites en el mundo por venir, en el mundo eterno, el cual
es una posesión eterna. Sólo si nosotros aspiramos a la unidad
podemos revelar cuán malvados somos en realidad. Tratamos de ser
amigables y amables, pero cada vez sentimos que somos realmente
indiferentes, olvidadizos, descuidados, e irresponsables. Algunas veces
incluso admitimos ante nosotros mismos que disfrutamos del sufrimiento
de otras personas ¿No es así?. Esta es nuestra naturaleza, nuestro
deseo egoísta normal con el cual nacimos y vivimos. Previamente, estaba
oculto en las “sombras”. En este momento, cuando nos esforzamos por
unirnos con otros y ser amables con ellos, comienza a manifestarse en
nosotros. Sin embargo, por el momento todavía no es espiritual, ni es
otorgamiento genuino; nosotros aún estamos intentando alcanzarlo
solamente. Después, tiene lugar la siguiente etapa.
Antes de llegar a los “trece años de edad”, todo lo que hicimos fue
tratar de salir de nuestro egoísmo
y revelar la inclinación malvada dentro de nosotros, es decir nuestra
falta de voluntad para cambiar las constantes caídas dentro de un
egoísmo incluso más grande. Sin embargo en este momento, dejamos de
intentar y comenzamos a actuar con el fin de llegar al verdadero
otorgamiento. Esas acciones nos demuestran la grandeza del Creador: eternidad, perfección del universo y la Luz misma. Este es el punto en el cual se despierta
un deseo egoísta por “robarlo” todo para mi propio bien: “¿Puedo robar
la eternidad? ¿Puedo reinar?” Nuestras acciones que están orientadas
hacia el otorgamiento absorben grandes cantidades de Luz. Este es el
momento en que tropezamos. Es una condición muy especial
“jugosa”. El deseo que adquirimos en esta se esfuerza por la Luz
superior y es un billón de veces más grande que todo lo que se nos
reveló antes.
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