Nos avergonzamos cuando escuchamos otra horrible historia de abuso infantil, como la de los abusivos empleados de guardería que fueron arrestados la semana pasada, tanto en Israel como en Arkansas.
Por inconcebible que parezca, el abuso en guarderías parece ser sistemático y generalizado. La información recogida en 39 estados de EUA, muestra que 5,321 educadores de guarderías, fueron considerados abusivos. En Israel se están haciendo esfuerzos para impulsar leyes que obliguen a que todos los jardines de niños instalen cámaras de seguridad. Los padres se dan cuenta de que no se puede garantizar la seguridad de sus hijos.
Pero, ¿cuál es el motivo para que las personas que contratamos para que cuiden a nuestros hijos se comporten de manera tan monstruosa?; ¿cómo podemos limitar este fenómeno si no tenemos control sobre lo que sucede dentro de las guarderías?
Es difícil comprenderlo, pero estos horribles incidentes revelan el corazón frío y pétreo que late dentro del ser humano. Cuando el ego nos domina, nos inunda con un grado tan alto de agitación y furia que lo conquista todo y nos lleva a dañar a todos en nuestro camino, incluso a un pequeño e indefenso niño.
Y con niños pequeños que no pueden expresarse, no hay nada que impida que el monstruo se desate. Del mismo modo, la información muestra que el grupo de edad con más probabilidades de ser abusado es el de entre 0 y 3 años.
“¿Qué clase de monstruo puede hacer eso?”. “Si yo misma hubiera visto ese video en línea”, dijo la maestra jardinera israelí mientras le mostraban imágenes de su propia conducta abusiva, “preguntaría qué clase de monstruo haría eso”.
Evidentemente, no podemos ver nuestra propia falta en el momento de la verdad. El corazón de piedra nos ciega y elimina el sentimiento de culpa, haciéndonos perder el sentido, sin darnos cuenta.
Por lo tanto, incluso si ponemos cámaras en todas partes, no resolveremos el problema de raíz. El monstruo se encuentra dentro de cada educador y de hecho, en cada uno de nosotros. La pregunta es: ¿qué despierta al monstruo de su sueño?
Fácilmente podemos culpar a las personas por sus acciones abusivas y ciertamente deberíamos evitar que continúen. Pero estos son sólo resultados que salen a la superficie. El monstruo que despierta es una enfermedad social que se ha estado incubando por décadas y en nuestro tiempo, está surgiendo cada vez más.
¿Cómo llegamos a esto?
Hasta mediados del siglo 20, el cuidado de los niños fue completamente diferente de lo que vemos ahora y mucho más cercano a nuestro desarrollo natural como seres humanos. Las madres solían tener mejores condiciones para educar y cuidar del bienestar de sus hijos. Y eran socialmente reconocidas por hacerlo.
Luego vino la revolución industrial junto con poderosos intereses creados que buscaban modificar el orden social para obtener más ganancia. Se hicieron esfuerzos para que las mujeres ingresaran a la fuerza de trabajo, exaltando los ideales liberales de la emancipación de la mujer y su condición de igualdad en la sociedad. Esto fue para maximizar la producción y el consumo a un nivel que el mundo nunca había visto.
La sociedad de consumo que resultó, fue diseñada para saquear los recursos del planeta y orientar la vida humana a excesos materiales. Poco a poco, la gente adoptó un nuevo estilo de vida que reformuló el orden social y la unidad familiar.
Sin embargo, a medida que se descubren estudios sobre la felicidad, en realidad ni nosotros ni los pocos ricos, encontramos verdadera satisfacción y bienestar en la búsqueda cíclica de adquisición material.
¿El resultado? Una sociedad donde los niños pequeños son arrancados de su madre y arrojados a las manos de niñeras que también compiten en la carrera material. Una sociedad “libre” donde todo está permitido y los límites son difusos. Una sociedad donde la conexión natural entre padres e hijos está muy comprometida y devaluada. Una sociedad donde el ego monstruoso y desinhibido puede estallar incluso hacia niños indefensos.
El abuso infantil es el espejo de la sociedad humana en el siglo 21.
Nuestros niños necesitan una revolución social
Entonces, ¿qué vamos a hacer al respecto?; ¿cómo evitar incidentes similares en el futuro?; ¿cómo curar la enfermedad de nuestra sociedad?
Mientras no trabajemos para lograr un cambio fundamental en los valores sociales, todos podemos declararnos culpables del abuso en las guarderías.
Esto no es un llamado para retroceder en el tiempo. Por el contrario. Es una llamada de atención para que acontezca la siguiente revolución. Así como la revolución industrial nos enseñó a llevar un estilo de vida material, la siguiente revolución deberá enseñarnos a llevar un estilo de vida social.
Primero, debemos volver a darle prioridad a la educación. Esto debería convertirse en la profesión más valorada de la sociedad. Un educador debe recibir reconocimiento social junto con las condiciones para mantener su integridad profesional. Tenemos que elegir educadores que demuestren su pasión por criar a nuestros hijos, que tengan una profunda comprensión de la naturaleza humana y que reciban un intenso entrenamiento para lograr mesura y autocontrol en cualquier situación.
Estas son sólo algunas condiciones para cualquier educador que trabaje con niños. Pero la verdadera revolución sucederá cuando nosotros, los adultos, nos sentemos juntos en círculos, como en el jardín de niños y cultivemos internamente al ser humano que haga frente al monstruo que puede despertar.
Cuando redefinamos la meta de la vida, reemplazamos la despiadada carrera material con una sensibilidad creciente para una profunda conexión humana y eso nos dará un nuevo sentido del significado de la satisfacción.
Por inconcebible que parezca, el abuso en guarderías parece ser sistemático y generalizado. La información recogida en 39 estados de EUA, muestra que 5,321 educadores de guarderías, fueron considerados abusivos. En Israel se están haciendo esfuerzos para impulsar leyes que obliguen a que todos los jardines de niños instalen cámaras de seguridad. Los padres se dan cuenta de que no se puede garantizar la seguridad de sus hijos.
Pero, ¿cuál es el motivo para que las personas que contratamos para que cuiden a nuestros hijos se comporten de manera tan monstruosa?; ¿cómo podemos limitar este fenómeno si no tenemos control sobre lo que sucede dentro de las guarderías?
Es difícil comprenderlo, pero estos horribles incidentes revelan el corazón frío y pétreo que late dentro del ser humano. Cuando el ego nos domina, nos inunda con un grado tan alto de agitación y furia que lo conquista todo y nos lleva a dañar a todos en nuestro camino, incluso a un pequeño e indefenso niño.
Y con niños pequeños que no pueden expresarse, no hay nada que impida que el monstruo se desate. Del mismo modo, la información muestra que el grupo de edad con más probabilidades de ser abusado es el de entre 0 y 3 años.
“¿Qué clase de monstruo puede hacer eso?”. “Si yo misma hubiera visto ese video en línea”, dijo la maestra jardinera israelí mientras le mostraban imágenes de su propia conducta abusiva, “preguntaría qué clase de monstruo haría eso”.
Evidentemente, no podemos ver nuestra propia falta en el momento de la verdad. El corazón de piedra nos ciega y elimina el sentimiento de culpa, haciéndonos perder el sentido, sin darnos cuenta.
Por lo tanto, incluso si ponemos cámaras en todas partes, no resolveremos el problema de raíz. El monstruo se encuentra dentro de cada educador y de hecho, en cada uno de nosotros. La pregunta es: ¿qué despierta al monstruo de su sueño?
Fácilmente podemos culpar a las personas por sus acciones abusivas y ciertamente deberíamos evitar que continúen. Pero estos son sólo resultados que salen a la superficie. El monstruo que despierta es una enfermedad social que se ha estado incubando por décadas y en nuestro tiempo, está surgiendo cada vez más.
¿Cómo llegamos a esto?
Hasta mediados del siglo 20, el cuidado de los niños fue completamente diferente de lo que vemos ahora y mucho más cercano a nuestro desarrollo natural como seres humanos. Las madres solían tener mejores condiciones para educar y cuidar del bienestar de sus hijos. Y eran socialmente reconocidas por hacerlo.
Luego vino la revolución industrial junto con poderosos intereses creados que buscaban modificar el orden social para obtener más ganancia. Se hicieron esfuerzos para que las mujeres ingresaran a la fuerza de trabajo, exaltando los ideales liberales de la emancipación de la mujer y su condición de igualdad en la sociedad. Esto fue para maximizar la producción y el consumo a un nivel que el mundo nunca había visto.
La sociedad de consumo que resultó, fue diseñada para saquear los recursos del planeta y orientar la vida humana a excesos materiales. Poco a poco, la gente adoptó un nuevo estilo de vida que reformuló el orden social y la unidad familiar.
Sin embargo, a medida que se descubren estudios sobre la felicidad, en realidad ni nosotros ni los pocos ricos, encontramos verdadera satisfacción y bienestar en la búsqueda cíclica de adquisición material.
¿El resultado? Una sociedad donde los niños pequeños son arrancados de su madre y arrojados a las manos de niñeras que también compiten en la carrera material. Una sociedad “libre” donde todo está permitido y los límites son difusos. Una sociedad donde la conexión natural entre padres e hijos está muy comprometida y devaluada. Una sociedad donde el ego monstruoso y desinhibido puede estallar incluso hacia niños indefensos.
El abuso infantil es el espejo de la sociedad humana en el siglo 21.
Nuestros niños necesitan una revolución social
Entonces, ¿qué vamos a hacer al respecto?; ¿cómo evitar incidentes similares en el futuro?; ¿cómo curar la enfermedad de nuestra sociedad?
Mientras no trabajemos para lograr un cambio fundamental en los valores sociales, todos podemos declararnos culpables del abuso en las guarderías.
Esto no es un llamado para retroceder en el tiempo. Por el contrario. Es una llamada de atención para que acontezca la siguiente revolución. Así como la revolución industrial nos enseñó a llevar un estilo de vida material, la siguiente revolución deberá enseñarnos a llevar un estilo de vida social.
Primero, debemos volver a darle prioridad a la educación. Esto debería convertirse en la profesión más valorada de la sociedad. Un educador debe recibir reconocimiento social junto con las condiciones para mantener su integridad profesional. Tenemos que elegir educadores que demuestren su pasión por criar a nuestros hijos, que tengan una profunda comprensión de la naturaleza humana y que reciban un intenso entrenamiento para lograr mesura y autocontrol en cualquier situación.
Estas son sólo algunas condiciones para cualquier educador que trabaje con niños. Pero la verdadera revolución sucederá cuando nosotros, los adultos, nos sentemos juntos en círculos, como en el jardín de niños y cultivemos internamente al ser humano que haga frente al monstruo que puede despertar.
Cuando redefinamos la meta de la vida, reemplazamos la despiadada carrera material con una sensibilidad creciente para una profunda conexión humana y eso nos dará un nuevo sentido del significado de la satisfacción.
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