
Cada vez estoy intentando reconstruir mi intención, pero me parece que estoy aplicando los mismos esfuerzos y estoy sintiendo lo mismo que hace una semana, como si no se cambiara nada: Supongamos que me encuentro entre músicos. Veo como están escuchando cada sonido, distinguen la combinación de los diferentes sonidos, veo cuanta importancia tiene esto para ellos. Mientras los miro, aprendo de ellos el modo de tratar los sonidos. Entonces, como resultado de mis esfuerzos, estoy sensibilizándome y empiezo a distinguirlos. Después pregunto a los músicos y ellos me explican, pero yo no entiendo sus explicaciones. “La cuarta”, “la quinta”, “glissando”, “forte”, estas palabras no me dicen nada, igual que los incomprensibles términos del Libro del Zóhar. ¡Pero yo quiero comprenderlos! Y por lo tanto intento ser más receptivo a esto, sentirlo. Entonces, gracias a que nos encontramos en un sistema especial, singular; según mis esfuerzos, mi deseo, mi intención, empiezo a percibir. Así se desarrolla un niño: el quiere ser mayor, él juega sin descanso, investiga todo a su alrededor. Nos asombramos: ¿Cómo pueden ver los niños el mismo dibujo animado, el mismo cuento miles de veces? Miles de veces lo es para nosotros, porque ya no estamos en desarrollo. Pero el niño vive en este cuento. Hoy está escuchando la Caperucita Roja y para él es un cuento totalmente nuevo, distinto al de ayer. Lo miras: “Bueno, te lo contaré, que se tranquilice, que disfrute…” ¡Pero él escucha este cuento cada vez renovado! Y aunque él también lo sabe de memoria, al repetirlo junto contigo, lo vive de nuevo. Digamos que tienes que comer hoy, aunque has comido ayer. ¡Lo mismo le sucede a él! Por eso todo nuestro trabajo está en el desarrollo de la sensibilidad para obtener las nuevas cualidades de la percepción.
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