Como un manojo de cañas, Por qué la unidad y la responsabilidad mutua están hoy en la agenda del día, Dr. Michael Laitman
Prólogo: El Espectro y el Espíritu
Cómo llegué a escribir este libro
Nací en agosto de 1946 en la ciudad de
Vitebsk, Bielorrusia. Fue el segundo verano después del final de la
Segunda Guerra Mundial y la vida era parsimoniosa, cojeando lentamente
hacia la acogedora monotonía de la normalidad. Siendo el primogénito de
un padre dentista y una madre ginecóloga, tuve una infancia más bien
despreocupada, creciendo cómodamente en un barrio suburbano,
despreocupado de los problemas materiales que inquietaban a la mayoría
de mis amigos de la infancia.
Y sin embargo, una sombra me acosó
durante toda mi infancia e incluso durante la adolescencia. Fue el
espectro del Holocausto, un fantasma que muchos optaron por no volver a
mencionar, aunque siempre estuvo ahí. Los nombres de los miembros de la
familia o de los amigos que murieron, eran mencionados con un tono
sombrío, dándoles una presencia extraña, como si estuvieran todavía con
nosotros, aunque yo sabía que no era así.
Y más extraña aún fue la reacción de mis
compañeros rusos hacia los judíos. Los niños con los que crecí odiaban a
los judíos, simplemente porque eran judíos. Ellos sabían lo que les
había ocurrido a sus vecinos judíos apenas un año atrás, pero eran tan
sarcásticos y hostiles como antes de la guerra, según lo que escuché de
los mayores. Yo no podía entender esto. ¿Por qué eran tan odiosos? ¿Qué
daño imperdonable les habían causado los judíos? ¿en dónde habían
escuchado esas horripilantes historias acerca de lo que los judíos
podrían hacerles?
Como era de esperarse de un hijo de
padres con profesiones médicas, yo también tomé una profesión médica
como mi carrera “de elección”. Estudié medicina bio-cibernética, una
ciencia que estudia los sistemas del cuerpo humano y me convertí en
un científico, un investigador en el Instituto de Investigación
de la Sangre, en San Petersburgo. Mientras fantaseaba sonriendo con
orgullo en el púlpito, en Estocolmo, Suecia, como ganador del Premio
Nobel, una pasión más profunda que albergaba emergía hacia la superficie
de mi conciencia.
“Quiero entender el sistema” -comencé a
pensar- “para saber cómo funciona todo”. Pero más que nada, me puse a
meditar sobre por qué todo era como era. Como un científico de corazón,
empecé a buscar respuestas científicas que pudieran explicar todo, no
solo la forma de calcular la masa de un objeto o la aceleración de su
caída, sino lo que causaba la existencia de ese objeto en primer lugar.
Y ya que no podía encontrar una
respuesta en la ciencia, decidí seguir adelante. Después de ser un
refusenik durante dos años (judíos soviéticos con permisos denegados
para emigrar al extranjero), finalmente obtuve mi permiso para ir a
Israel en 1974.
En Israel, no dejaba de buscar el
sentido y la razón detrás de todo. Dos años después de llegar a Israel,
comencé a estudiar Cabalá. Pero no fue hasta febrero de 1979, que me
encontré con mi maestro, el Rabash, hijo primogénito y sucesor de Rabí
Yehuda Leib Halevi Ashlag, conocido como Baal HaSulam (Dueño de la
Escalera) por su Sulam (Escalera) comentario sobre El Libro del Zóhar.
¡Por fin mis plegarias habían sido
escuchadas! Cada día, cada hora, despuntaban nuevas revelaciones. Las
piezas del rompecabezas de la realidad tomaban su lugar, una por una y
comenzó a formarse dentro de mí una imagen coherente del mundo, como si
la niebla misma empezara a cobrar forma ante mis asombrados ojos.
Mi vida se había transformado, me
sumergí en los estudios y en asistir a Rabash en todo lo que podía. Tuve
la suerte de poder mantener a mi familia con tan solo unas pocas horas
de trabajo al día y dedicar el resto de mi tiempo a absorber la
sabiduría tanto y tan profundamente como me era posible.
Para mí, era como estar viviendo un
sueño hecho realidad. Tenía una familia maravillosa, vivía en un país en
el que me sentía libre, podía ganarme una buena vida con facilidad y
había encontrado las respuestas a mis permanentes preguntas.
Una de esas preguntas persistentes fue
sobre el odio a los judíos. En Cabalá descubrí por qué ocurre, por qué
persiste y lo más importante, qué hay que hacer para sanarlo. En
efecto, el antisemitismo es una llaga en el corazón de la humanidad, un
eco de dolor sin cicatrizar que el mundo ha estado padeciendo desde hace
casi 4.000 años, desde que Abraham -nuestro patriarca- salió de
Babilonia.
La Cabalá me enseñó que Abraham le
propuso a su gente unirse y ser una vez más “un mismo lenguaje e
idénticas palabras” (Génesis 11:1), que el rey Nimrod -el gobernante
de Babilonia en aquel tiempo- le impidió a Abraham difundir su idea.
Poco a poco, me di cuenta de que lo que el mundo necesita ahora es la
misma unidad, fraternidad y garantía mutua que Abraham había
desarrollado con su grupo, el de su descendencia y que el rey Nimrod le
había impedido dotar a sus hermanos y hermanas de Babilonia.
En una lección matinal, mi maestro, el
Rabash, me enseñó la Introducción al Libro del Zóhar de Baal HaSulam.
Al final de la misma, Baal HaSulam escribió que a menos que los
judíos doten al mundo con el conocimiento y la orientación hacia la
unidad, las naciones del mundo los detestarán, humillarán, expulsarán de
la tierra de Israel y los atormentarán donde quiera que se encuentren.
Yo había leído ese ensayo incomprensible antes, pero aquella mañana tuvo
un impacto más profundo en mí. Sentí que otra etapa de mi desarrollo
emergía desde el interior.
Más tarde, ese mismo día, nos fuimos a
Kfar Saba, una pequeña ciudad cerca de Tel Aviv, a un Kolel (seminario
judío) que llevaba el nombre de mi estimado mentor. En el sótano, el
Rabash me mostró una caja de cartón mediana, llena hasta el borde con
trozos de papel escritos a mano. Me preguntó si podía cargarla hasta el
coche para llevarla luego a su casa.
Puse la caja en el maletero, y en el
camino de regreso le pregunté qué eran esos papeles. Sin
contemplaciones, murmuró: “Algunos manuscritos antiguos de Baal
HaSulam”. Lo miré, pero él desvió su mirada hacia la carretera y se
mantuvo en silencio todo el camino.
Esa noche, las luces de la cocina de
Baruj Ashlag estuvieron encendidas toda la noche. Me alojé allí y
meticulosamente leí cada trozo de papel hasta que encontré uno que me
permitió finalizar mi búsqueda. Era la pieza del rompecabezas que estaba
buscando sin siquiera saberlo. Fue el momento crucial, el primer paso
en el camino que iba a tomar a partir de entonces.
El documento que descubrí -que ahora es
parte de Los escritos de la última generación de Baal HaSulam- relata
una historia de agonía, sed, amor, amistad, liberación y compromiso.
Estas son las palabras que encontré:
“Hay una alegoría acerca de amigos que
estaban perdidos en el desierto, con hambre y sed. Uno de ellos había
encontrado una colonización repleta de abundantes delicias. Se acordó de
sus pobres hermanos, pero él se había apartado mucho de ellos y no
sabía en dónde se encontraban… Empezó a dar voces y a hacer resonar su
cuerno; era posible que si sus pobres y hambrientos amigos oyeran su
voz, se acercaran a este asentamiento colmado de delicias”.
“Así es el asunto que nos ocupa:
nos hemos perdido en el terrorífico desierto junto con toda la
humanidad y ahora hemos encontrado un gran y abundante tesoro, es decir,
los libros de Cabalá. Ellos satisfacen el anhelo de nuestras almas y
nos llenan abundantemente con exuberancia y concordancia”.
“Estamos saciados y hay más, pero el
recuerdo de nuestros amigos que se quedaron sin esperanza en el terrible
desierto persiste profundamente en nuestros corazones. La distancia es
grande, y las palabras no pueden tender un puente entre nosotros. Por
esta razón, hemos habilitado este cuerno para que resuene con fuerza,
nuestros hermanos lo oigan, se acerquen y sean tan felices como
nosotros”.
“Han de saber, hermanos nuestros, carne
nuestra, que la esencia de la sabiduría de la Cabalá consiste del
conocimiento de cómo el mundo descendió desde su elevado y celestial
lugar, hasta nuestro innoble estado. Por eso es muy fácil encontrar en
la sabiduría de la Cabalá todas las correcciones futuras destinadas a
venir de los mundos perfectos que nos precedieron. A través de ella
sabremos cómo corregir nuestros caminos a partir de ahora”.
“…Imaginemos, por ejemplo, que se
encontrase hoy en día un libro histórico, representando a las
generaciones de los últimos diez mil años, describiendo el
comportamiento de los individuos y la sociedad. Nuestros líderes
buscarían todo consejo para organizar aquí la vida en consecuencia, y no
llegaríamos a “protestas masivas”. La corrupción y el terrible
sufrimiento cesarían, todo caería pacíficamente en su lugar”.
“Ahora, distinguidos lectores, este
libro está aquí delante de ustedes en un armario. Ahí se explica
explícitamente toda la sabiduría del arte de gobernar y las conductas de
la vida privada y pública que existirán al fin de los tiempos. Se trata
de los libros de Cabalá, donde se establecen los mundos corregidos… Al
abrir estos libros encontrarán todos los buenos comportamientos que
aparecerán al final de los días y dentro de ellos encontrarán también
buenas lecciones para resolver los asuntos mundanos de hoy en día”.
“Ya no puedo contenerme. He resuelto
revelar las conductas de corrección de nuestro definido futuro que
he descubierto a través de la observación y la lectura de estos
libros. Decidí manifestarme a la gente del mundo con este cuerno, y creo
y estimo que será suficiente para reunir a todos aquellos merecedores
de empezar a estudiar y profundizar en los libros. Así que podrán
pronunciar sentencia de sí mismos y del mundo entero bajo una escala de
mérito”. (i)
Alrededor de un año después de encontrar
estos documentos, publiqué mis primeros tres libros con la guía y apoyo
de mi maestro. He estado publicando libros desde entonces, y he
diseminado la Cabalá a través de otros numerosos medios.
La realidad existente es muy dura y la
gente a menudo no tiene la paciencia o el deseo de profundizar en los
libros, como lo imaginó Baal HaSulam. Pero la esencia de la sabiduría,
el amor, la unidad que constituyen los fundamentos de la realidad y
que inculca la Cabalá a sus practicantes, siguen siendo tan verdaderos
como siempre lo han sido.
Además, dado que desde principios del
siglo, el antisemitismo ha ido en aumento una vez más, esta vez en todo
el mundo, el fantasma del odio a los judíos ha echado sus raíces en
todos lados. Extendiéndose sigilosa y venenosamente, amenaza con
infestar a naciones enteras con la judeofobia, y repetir los horrores
del pasado.
Pero ahora conocemos la cura. Siempre
que los judíos se unen, la serpiente oculta su cabeza. El espíritu de
camaradería y de responsabilidad mutua ha sido siempre nuestra “arma”,
nuestro escudo contra la adversidad. Ahora debemos reunir ese espíritu,
cubrirnos con él y permitir que su calor sanador nos envuelva. Y una vez
que lo logremos, debemos compartir ese espíritu con el resto del mundo,
ya que ésta es nuestra vocación -la esencia de nuestro ser- “una luz
para las naciones”.
Por eso, porque todos necesitamos
respuestas a nuestras preguntas más profundas, porque en el fondo todos
los judíos quieren encontrar la cura para el antisemitismo y porque es
el legado de mi maestro y el gran maestro y padre de mi maestro, me he
decidido a detallar lo que he aprendido de ellos. Ellos me enseñaron lo
que significa ser un judío, lo que significa el compromiso y lo que
significa compartir. Pero sobre todo, me enseñaron lo que significa amar
como el Creador.
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