
De acuerdo al relato, antes de que salgamos de Egipto, no dejamos nada atrás. Yo tomo todo el oro, todas las ovejas y el ganado, todas las propiedades, y dejó detrás de mí un vacío, un país destruido. Destruyo la tierra del país que una vez floreció, creció y próspero con hermosas ciudades y yo lo abandono. Por supuesto, lo dejo por una vida mejor y no hay nada que perder. No hay razón para quedarse en Egipto donde ni siquiera hay agua para beber ya que todo se transforma en sangre y todo está muerto. Es así como la persona ve el mundo corporal que deja. De hecho, los hermosos palacios aún están allí y también están todas las buenas cosas, todo florece, pero ante mis ojos parece una tierra destruida en la obscuridad. Es así cómo lo percibo en mis nuevos discernimientos, que me obligan a despreciar todo el lujo, a verlo como basura y a querer escapar de éste. Sin embargo, si miro todo a través de los ojos de un esclavo, vería la tierra rica y pensaría que no hay necesidad e escapar. Después de todo, la tierra de Egipto está rodeada por un desierto. Pero de pronto yo decido que permanecer allí es lo peor y no hay nada peor que eso. No es sólo un desierto, sino un lugar de terrible destrucción y bajeza. Todo depende de los ojos del espectador.
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