Pero en contraste con todo el resto, el humano sabe cómo dividirse en
dos: en acción e intención. Es posible actuar como la naturaleza
inanimada, vegetativa, y animada, o como niños pequeños que juegan sin
ninguna intención interna, tomando lo que quieren para sí mismos.
Pero cuando el niño crece y toma la
imagen del hombre en este mundo, ya no es posible conocer sus
intenciones a partir de sus acciones. Podría ser que el acto sea un acto
de otorgamiento, pero como es costumbre, la intención es por el bien de
recibir. Esto significa que nuestro otorgamiento requiere compensación a
cambio y que siempre estamos actuando por nuestro propio bien. A partir de aquí es claro que si no nos
cambiamos, entonces actuamos sólo por nuestro propio bien. Y debido a
que el ego crece todo el tiempo, entonces toda nuestra actividad está
basada en el nuevo ego y la intención se vuelve más y más egoísta. Así
es como avanzamos hasta que la brecha entre nuestras acciones e
intenciones se hace tan grande que comenzamos a prestarle atención a
ello. Cuando vemos una película antigua que
fue hecha hace cincuenta años, se ve realmente infantil. A pesar de que
ellas nos muestran ahí personas fuertes y heroicas, todos sus discursos y
sus acciones parecen ingenuos como los de los niños pequeños. Esto se
debe a que el ego aún era pequeño, no como en nuestro tiempo; sus
comportamientos nos parecen ingenuos y primitivos. La acción y la
intención son muy cercanas una a la otra, el acto corresponde
precisamente a la intención como con un niño pequeño. No hay cálculos
políticos engañosos detrás de todo eso. Pero en nuestros tiempos, el ego de ha
desarrollado tanto que nos lleva a la desesperación porque vemos que
cada acción en nuestro mundo es sólo con una intención para uno mismo y
nadie más. Ya no creemos en la publicidad, en lindas promesas, en
palabras o acciones, ya no creemos en nadie, ni en políticos ni en
personas ordinarias. Ni siquiera creemos en los miembros de la familia,
porque vemos cuán egoísta es cada uno y cuanto se preocupa sólo por sí
mismo, tanto los hijos como los padres. Entonces estamos alejándonos uno
de los otros. Es claro para todos nosotros que todos nuestros actos son
sólo para nuestro propio bien sin consideración alguna de los demás. Incluso si estamos preocupados por
alguien más, esto es sólo porque sentimos una conexión con él y como
resultado de eso, su problema se vuelve nuestro problema. Entonces
pensamos en él como pensamos en nosotros mismos. Pero en esencia este es
sólo un cálculo egoísta, porque no hay nada más. Así es como alcanzamos
el reconocimiento del mal en nuestra naturaleza, entendiendo que todo
es “por el bien de la recepción”. El ego se desarrolla tanto que no es
posible conectarnos con nadie. En las generaciones previas el ego aún no
estaba tan desarrollado y no lo usábamos de forma tan ruda como ahora.
Pero en nuestros días no nos importa nadie y nadie está avergonzado de
nada, en su lugar incluso está orgulloso de su ego. Los políticos, los hombres de negocios
ya no tratan de disfrazar de sus actividades y de aparentar ser amables.
Cada uno actúa de acuerdo a su deseo, temiéndole sólo al castigo y
haciendo un cálculo egoísta simple. Esto es bueno porque es una señal de
que nuestra generación ha llegado al reconocimiento de la verdad acerca
de sí misma. Finalmente hemos entendido quiénes somos, en qué clase de
mundo existimos y en qué clase de conexión nos encontramos entre
nosotros. Todas las conexiones se han vuelto simples y claras, entre las
naciones, entre las personas, en cada ciudad y familia. Mientras sea
bueno para mí, permaneceré y en el momento en que sea malo para mí, lo
dejaré todo. No hay otro cálculo. Nadie habla de
patriotismo, de auto sacrificio por el bien de la patria o por el bien
de alguien más. Un héroe moderno es famoso por el número de personas que
ha matado en una película y no por la cantidad de personas que ha
salvado. El asunto es ¿podemos continuar
existiendo de esta manera? Si continuamos desarrollando nuestra
naturaleza egoísta, cuya fuente es el deseo de recibir, entonces sin
vergüenza comenzamos a usar nuestro ego instintivamente como los
animales. Los animales actúan instintivamente de
acuerdo al programa interno que está implantado en ellos y los humanos
pueden existir sólo si existe entre ellos algún tipo de conexión, como
hormigas en un hormiguero. Somos siete mil millones de humanos, cada uno
debe estar consciente de su lugar, de su papel y su obligación. Así
es como, a través de trabajo recíproco, construiremos para nosotros
mismos una vida segura.
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