María en el país de los colores
Había una vez una niña que se llamaba María, a quien lo que más le gustaba en el mundo era pintar. Cada día solía pintar en su bloc de dibujos, en cuadernos, en hojas de papel y a veces, incluso dibujaba sobre la calzada con tizas de colores.
Todas las mañanas al levantarse, María solía ir corriendo hasta la mesa donde tenía todas sus pinturas y lápices de colores. Cuando llegaba la hora del desayuno, ya tenía acabados dos dibujos ¡y a veces incluso tres! Todas las noches María le decía a su madre "Déjame hacer un dibujo más, mamá, por favor. Te prometo que sólo uno más".
Una tarde, María sintió que tenía mucho sueño. Había empezado a dibujar cuando notó que sus ojos se cerraban y no conseguía abrirlos. Y así, mientras pintaba, con su pincel en mano, se quedó dormida y tuvo el más maravilloso de los sueños.
De repente, María se encontró en un país lleno de pintura y allí pudo conocer a los colores "rojo", "amarillo", "verde", "azul" y "blanco". Eran nombres bien sencillos pero cada color tenía su propia personalidad, ¡no había dos iguales!
Rojo fue inmediatamente a saludar a María y se presentó. Siempre quería ser el primero en hacer las cosas y nada le atemorizaba. Era valiente, alegre y muy seguro de sí mismo. ¡Él pensaba que nada le podía detener!
Amarillo tenía una conversación muy agradable. Le gustaban las cosas tranquilas y familiares. Sus comidas favoritas eran los crepes y las tortitas - ¡le encantaba comerlas! Cada mañana, Amarillo salía a regar las margaritas con su gran regadera amarilla.
A Azul le encantaba soñar despierto. Componía poemas y podía pasarse horas contemplando el cielo, las nubes o el lago.
Verde era un color muy amable y todo el día iba en su bicicleta cuidando de todo tipo de plantas y animales.
Y Blanco era mago. A veces desaparecía y volvía a aparecer por sorpresa en algún otro lugar. Le encantaba todo lo que fuera distinto e incluso sabía hacer trucos de magia con ratones blancos.
Cada uno de los colores quiso preparar una hermosa pintura para María.
Rojo exclamó "¡Yo lo haré primero!" y salió corriendo para conseguir el mejor pincel.
Amarillo decidió que antes de empezar a dibujar llenaría el estómago. Azul, como de costumbre, se pasó un buen rato embelesado pensando cómo quedaría su pintura una vez acabada.
Verde se puso manos a la obra de inmediato y cubrió todo de verde - no dejó ni un solo espacio en blanco.
Y Blanco se perdió en sus pensamientos y desapareció... ¡se desvaneció en el aire!
Y entonces llegó el momento más emocionante: el momento en que todos los colores mostraron sus dibujos a María. Ella observó atentamente el primer dibujo y dijo: "Lo siento, pero no me gusta. Parece una llamarada de fuego abrasador".
A continuación Amarillo le enseño lo que había dibujado. "Aquí hay demasiado sol y arena. Es como un desierto sin una sola gota de agua. No puedo colgar un dibujo así en mi pared".
Llegó el turno de Azul y María exclamó "¡Es un mar sin fin! Si me pusiera a nadar en él, me perdería... ¡Lo único que veo es agua!"
El dibujo de Verde se parecía a un bosque espeso y aterrador. ¡Quién sabe qué animales rondaban por aquella espesura!
Y en cuanto a Blanco... María intentó averiguar qué había en el dibujo de Blanco, pero no conseguía ver nada de nada.
Los colores bajaron la cabeza tristes y decepcionados. Todos habían trabajado con la mejor intención...
"Lo que me gustaría es un dibujo con un mar, un sol radiante, un bosque, pájaros revoloteando, flores sobre la hierba y unas bayas para comer" empezó a decir María. "Con una ardilla buscando avellanas sobre un árbol, una cometa volando por el cielo y, sobre el horizonte, una casa de tejas rojas con las ventanas abiertas. En ella viven un niño y una niña que sonríen sin parar. ¿Podéis dibujar algo así para mí? Estoy segura de que quedaría precioso. Y me haríais muy feliz" dijo María.
En un primer instante, Rojo quiso hacer todo aquello él sólo. Pero se dio cuenta de que no había forma de hacer ese dibujo sin la ayuda de sus amigos. ¿Cómo iba a pintar la hierba, el mar o la arena sin ellos? Así que decidieron ponerse a trabajar todos juntos. Amarillo dibujó el sol, los girasoles del campo y la casa. Azul coloreó el cielo, el mar, y un balón con el que jugar. Verde dibujó el bosque y la hierba. Blanco hizo el humo de la chimenea, las nubes del cielo y una cigüeña volando a lo lejos. Todos colaboraron para crear ese dibujo con el que hacer feliz a María. Y María estaba encantada. El resultado de aquel trabajo fue un dibujo realmente hermoso, alegre y lleno de luz. Era una delicia mirarlo.
Y en el preciso instante en que María tomó el dibujo en sus manos, se despertó de aquel sueño. ¡Pero allí estaba el dibujo!: colgado de la pared, lleno de colores radiantes. Desde entonces, gracias a aquel dibujo, hay algo muy importante que María no ha olvidado: del mismo modo que los colores tuvieron que cooperar, ¡las personas sólo son capaces de las cosas más hermosas cuando trabajan juntas!
Había una vez una niña que se llamaba María, a quien lo que más le gustaba en el mundo era pintar. Cada día solía pintar en su bloc de dibujos, en cuadernos, en hojas de papel y a veces, incluso dibujaba sobre la calzada con tizas de colores.
Todas las mañanas al levantarse, María solía ir corriendo hasta la mesa donde tenía todas sus pinturas y lápices de colores. Cuando llegaba la hora del desayuno, ya tenía acabados dos dibujos ¡y a veces incluso tres! Todas las noches María le decía a su madre "Déjame hacer un dibujo más, mamá, por favor. Te prometo que sólo uno más".
Una tarde, María sintió que tenía mucho sueño. Había empezado a dibujar cuando notó que sus ojos se cerraban y no conseguía abrirlos. Y así, mientras pintaba, con su pincel en mano, se quedó dormida y tuvo el más maravilloso de los sueños.
De repente, María se encontró en un país lleno de pintura y allí pudo conocer a los colores "rojo", "amarillo", "verde", "azul" y "blanco". Eran nombres bien sencillos pero cada color tenía su propia personalidad, ¡no había dos iguales!
Rojo fue inmediatamente a saludar a María y se presentó. Siempre quería ser el primero en hacer las cosas y nada le atemorizaba. Era valiente, alegre y muy seguro de sí mismo. ¡Él pensaba que nada le podía detener!
Amarillo tenía una conversación muy agradable. Le gustaban las cosas tranquilas y familiares. Sus comidas favoritas eran los crepes y las tortitas - ¡le encantaba comerlas! Cada mañana, Amarillo salía a regar las margaritas con su gran regadera amarilla.
A Azul le encantaba soñar despierto. Componía poemas y podía pasarse horas contemplando el cielo, las nubes o el lago.
Verde era un color muy amable y todo el día iba en su bicicleta cuidando de todo tipo de plantas y animales.
Y Blanco era mago. A veces desaparecía y volvía a aparecer por sorpresa en algún otro lugar. Le encantaba todo lo que fuera distinto e incluso sabía hacer trucos de magia con ratones blancos.
Cada uno de los colores quiso preparar una hermosa pintura para María.
Rojo exclamó "¡Yo lo haré primero!" y salió corriendo para conseguir el mejor pincel.
Amarillo decidió que antes de empezar a dibujar llenaría el estómago. Azul, como de costumbre, se pasó un buen rato embelesado pensando cómo quedaría su pintura una vez acabada.
Verde se puso manos a la obra de inmediato y cubrió todo de verde - no dejó ni un solo espacio en blanco.
Y Blanco se perdió en sus pensamientos y desapareció... ¡se desvaneció en el aire!
Y entonces llegó el momento más emocionante: el momento en que todos los colores mostraron sus dibujos a María. Ella observó atentamente el primer dibujo y dijo: "Lo siento, pero no me gusta. Parece una llamarada de fuego abrasador".
A continuación Amarillo le enseño lo que había dibujado. "Aquí hay demasiado sol y arena. Es como un desierto sin una sola gota de agua. No puedo colgar un dibujo así en mi pared".
Llegó el turno de Azul y María exclamó "¡Es un mar sin fin! Si me pusiera a nadar en él, me perdería... ¡Lo único que veo es agua!"
El dibujo de Verde se parecía a un bosque espeso y aterrador. ¡Quién sabe qué animales rondaban por aquella espesura!
Y en cuanto a Blanco... María intentó averiguar qué había en el dibujo de Blanco, pero no conseguía ver nada de nada.
Los colores bajaron la cabeza tristes y decepcionados. Todos habían trabajado con la mejor intención...
"Lo que me gustaría es un dibujo con un mar, un sol radiante, un bosque, pájaros revoloteando, flores sobre la hierba y unas bayas para comer" empezó a decir María. "Con una ardilla buscando avellanas sobre un árbol, una cometa volando por el cielo y, sobre el horizonte, una casa de tejas rojas con las ventanas abiertas. En ella viven un niño y una niña que sonríen sin parar. ¿Podéis dibujar algo así para mí? Estoy segura de que quedaría precioso. Y me haríais muy feliz" dijo María.
En un primer instante, Rojo quiso hacer todo aquello él sólo. Pero se dio cuenta de que no había forma de hacer ese dibujo sin la ayuda de sus amigos. ¿Cómo iba a pintar la hierba, el mar o la arena sin ellos? Así que decidieron ponerse a trabajar todos juntos. Amarillo dibujó el sol, los girasoles del campo y la casa. Azul coloreó el cielo, el mar, y un balón con el que jugar. Verde dibujó el bosque y la hierba. Blanco hizo el humo de la chimenea, las nubes del cielo y una cigüeña volando a lo lejos. Todos colaboraron para crear ese dibujo con el que hacer feliz a María. Y María estaba encantada. El resultado de aquel trabajo fue un dibujo realmente hermoso, alegre y lleno de luz. Era una delicia mirarlo.
Y en el preciso instante en que María tomó el dibujo en sus manos, se despertó de aquel sueño. ¡Pero allí estaba el dibujo!: colgado de la pared, lleno de colores radiantes. Desde entonces, gracias a aquel dibujo, hay algo muy importante que María no ha olvidado: del mismo modo que los colores tuvieron que cooperar, ¡las personas sólo son capaces de las cosas más hermosas cuando trabajan juntas!
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