El Creador creó un deseo perfecto de disfrutar hecho de dos fuerzas: la fuerza de recepción y la fuerza de otorgamiento. Estaban en equilibrio perfecto y la recepción tenía lugar sólo con el fin de otorgar. Más tarde, sin embargo, con el fin de permitirle crecer al ser creado, el Creador fragmentó esas fuerzas en él y desconectó al deseo de Él. Esto se hizo para que el ser creado fuera capaz de elegir por su cuenta cómo usar las oportunidades que se le dieron, es decir esas dos fuerzas. Nuestro mundo parte de una diminuta chispa. Esta contiene una enorme fuerza que hasta hoy mueve todo el mundo y lo llevará al final de la corrección. El deseo de recibir aparece en nuestro mundo en la forma de materia. Percibimos este deseo como si hubiera algo material ahí. Y esta materia se desarrolla, comienza a conectarse, a unirse. Esta es su corrección tras todas las rupturas y la caída, como resultado de las cuales ha llegado al punto más bajo posible y fue finalmente fragmentada. Entonces, las diferentes partes de la materia comienzan a conectarse. Al principio pueden mantenerse unidas sólo mediante las fuerzas gravitacionales. Después la conexión se vuelve más cercana, al intercambiar materiales. Así es como se forman las conexiones biológicas, en las que cada parte da y recibe, también pasa materiales hacia una tercera parte. Esta conexión instintiva lleva a la creación de vida, al crecimiento, al proceso de vida y muerte. Este es el nivel vegetativo que aparece después de los niveles menores, en los cuales sólo había materia inanimada. El nivel vegetativo evoluciona hasta especies particulares como el “perro de la pradera” mencionado en los escritos del Arí, el cual es algo intermedio entre una planta y un animal. El nivel animado es mucho más intrincado e independiente. Se mueve fácilmente y absorbe, emite materiales de una manera muy clara. Cada individuo tiene su propio carácter único, y esas criaturas se conectan de una manera especial. Producen nuevas criaturas; viven y mueren. Entonces podemos ver que la evolución se mueve en dirección a la conexión, a la incorporación mutua de fuerzas opuestas. Mientras más fuerzas hay y más lejanas son en cualidad, más intrincadas y avanzadas son las criaturas que producen, con respecto a sus propias sensaciones y a la manera en que sienten su entorno. Y así a través del simio, el nivel animado, la evolución llega al nivel del hombre, el nivel “hablante”. En este nivel existen también aquellos que sólo se preocupan por su existencia bestial, por preservar su propia vida, que es sólo un poco más que la de un animal. Al fin y al cabo, los animales construyen un hogar para sí mismos, consiguen comida y cuidan de su descendencia, esta es también la vida de los humanos no desarrollados. Sin embargo, mientras más se desarrolla la persona, más despiertan en él los deseos “humanos”, que van más allá del nivel de supervivencia: deseos por dinero, poder, respeto y conocimiento. Despiertan en nosotros las sensaciones humanas: envidia, odio, lujuria, y ambición.
Así, las personas desarrolladas son muy diferentes en sus cualidades y tendencias. Están divididas en distintos niveles de acuerdo al objetivo de sus vidas y de sus deseos, que pueden ser sólo materiales o más abstractos, como el deseo de disfrutar la música, el arte, la filosofía, o la ciencia. Aun así, cada uno de ellos quiere usar a los otros y mientras más desarrollada es la persona, más atraída se siente hacia ello. La única diferencia está en qué quiere obtener de otros, ya sea dinero, dominio, o conocimiento. La evolución de esos atributos es lo que hace que la humanidad avance. Todo ello es para controlar al mundo y entenderlo, después de todo, el conocimiento es poder. Pero existen personas que tienen un deseo adicional, el deseo de entender el significado de la vida. Buscan una manera de llegar a esta meta abstracta que está más allá de los límites de la ciencia ordinaria. Esas personas vienen a estudiar la ciencia de la Cabalá. Son diferentes de otros ya que quieren un control incluso mayor: el control sobre sus propias vidas. No piden cosas materiales, sino que preguntan por su propia esencia, por su meta que está por encima de la existencia corporal. Tienen el deseo inicial, que está fuera de esta vida y que los lleva más allá de los límites de este mundo.
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