Vamos a separarnos un poco de nuestra realidad e imaginar una sociedad ideal, tal vez incluso una sociedad utópica, no importa cómo la llamemos ¿Cómo podrían ser tomadas en cuenta nuestras motivaciones más magnánimas? Y tras haberlo imaginado, pensemos: “¿Es al menos posible lograrlo dada nuestra naturaleza? ¿Por qué nos creó la naturaleza opuestos a este perfecto y sublime estado?. Veremos que la presión mutua y la competencia en el buen sentido de la palabra no nos llevan a un estado de absoluta comodidad; en su lugar, la alcanzamos a través de nuestra ayuda mutua voluntaria, deseada, e intencional. No hay duda de que si la humanidad estuviera organizada de esta manera, seríamos realmente una gran sociedad.
¿Por qué la naturaleza nos creó para ser diferentes? ¿No es esa misma naturaleza que representa un sistema perfecto en el cual todo está interconectado y existe en garantía mutua y homeostasis? ¿Por qué necesitamos realmente este egoísmo destructivo?. Todos reconocen que el egoísmo es malvado, que es una realidad inevitable. Sociólogos, politólogos y psicólogos, todas las personas que tratan con el ser humano y con la sociedad, son forzadas a considerar nuestra naturaleza y basados en ello, a compensar de alguna forma la destructiva influencia del egoísmo. Excepto que aquí no deberíamos seguir tratando de compensarlo como es costumbre en nuestro nivel terrenal. Más bien, necesitamos convertir nuestro egoísmo en nuestro ayudante, es decir, reconocer su naturaleza. Deseábamos obtener satisfacción a expensas de otros, de la manera en que una madre recibe placer por medio de su hijo. Un niño para ella es un objeto de placer. Ella es una egoísta, no puede apartarse de él ni un segundo y esta no es una manifestación de su preocupación por el niño tanto como por su preocupación por ella misma, simplemente no puede separarse de él. Si desconectas su centro de placer, entonces sin duda en ese minuto cambiará a un nuevo objeto de placer porque su atesorado hijo, que tras su nacimiento significaba todo para ella, súbitamente saldrá de su campo de visión y ella se volverá indiferente a él, como a cualquier otro niño. De este ejemplo simple se puede ver que el egoísmo de la persona, en este caso de una madre, recibe un tremendo llenado precisamente del hecho de cuidar de otro, de dar a otro y de preocuparse por otro. ¿Por qué no podemos relacionarnos de esta manera con todos los demás y así experimentar un llenado ilimitado? Después de todo, si me sintonizo con los deseos de otras personas, con sus pensamientos y sensaciones, si los anexo a mí mismo y me relaciono a ellos con amor y de forma participativa, entonces comienzo a sentir una enorme y eterna posibilidad de placer, sin restricciones de nada o de nadie. Doy, cuido, participó y así obtener llenado. Lo más importante para nosotros es el llenado. Es por esto que existimos. La sensación de vida es una sensación de llenado, cada vez por medio de diferentes objetos, pero en general es un llenado. Dentro de nosotros se acumula en una cierta substancia puramente física, moral, o espiritual. Esto puede verse como una estimulación de algunos flujos internos de información, corrientes, o reacciones químicas, no importa exactamente qué. Pero lo importante es que lo percibimos como llenado. En este caso lo único que falta es una actitud correcta hacia los otros, el mismo tipo de amor que el de una madre por su hijo. ¿Dónde podemos encontrar esta cualidad? Si pudiera llegar, digamos, a una estación de gasolina y decir: “Quiero cambiar mi egoísmo. En su lugar deme un diez por ciento de amor”. Ellos llenan ese espacio con esta cualidad de amor en lugar de las cualidades de envidia, odio, celos y por lo tanto ahora puedo relacionarme con todos de forma diferente. Al menos hasta ese 10% estaré lleno y feliz. Además, los otros ni siquiera son importantes para mí. Lo que me importa es que alcanzó una comodidad y dejo de ver competidores en todos, dejo de experimentar odio, miedos y preocupaciones. Por el contrario, todo comienza a convertirse en algo amable, placentero y tranquilo. Ni siquiera podemos imaginar este estado excepto, tal vez, en relación a nuestros propios hijos. Aun cuando en nuestro mundo egoísta tenemos que permanecer constantemente cerca de nuestros hijos, peleando con el mundo entero para proteger a nuestra descendencia de todo tipo de problemas y peligros. Por lo tanto el problema de cambiar nuestra actitud hacia las personas alrededor es puramente un problema sicológico que puede ser resuelto con la ayuda de un entrenamiento psicológico. Después de todo, un ser humano es un producto de su entorno. Si de verdad educaramos a las personas en este entorno artificial (ya que nuestro entorno natural es egoísta) y constantemente establecieramos metas apropiadas frente a ellos (mientras que por el momento su egoísmo estaría creciendo continuamente ya que está programado por la naturaleza y no hay escape para eso), entonces nos veríamos forzados a desarrollar constantemente nuestro campo de amor, de mutualidad. Entonces comenzamos a entender que “ama a tu prójimo como a ti mismo” es en realidad la meta de la humanidad
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