
La primera revelación del Creador es el descubrimiento de la cualidad pura del otorgamiento, la salida de uno mismo hacia “afuera”. Indudablemente, esto nos parece irracional: ¿Por qué pensaría yo en los otros? Si yo, siendo un egoísta, pienso en alguien más, siento un vacío y espero una compensación. Aun no he trascendido el cálculo egoísta y no me doy cuenta de que al ir por encima de mi ego, recibo un nuevo cálculo que actualmente es desconocido para mí. Puedo entender que la similitud con el Creador es probablemente benéfica. Acercarme a Él es una ganancia obvia por la cual estoy dispuesto a pagar. Si esto requiere que salga de mi mismo, ¡estoy listo! Ellos también me prometen todo el mundo espiritual, entonces estoy dispuesto a trabajar por esto. En otras palabras, durante el tiempo que me imagino un cierto beneficio, un llenado para mí mismo, naturalmente tengo la fuerza y disposición para conectarme con el entorno, unirme por esta meta. Sin embargo, al instante en que empezamos a sentir que el atributo de otorgamiento no nos dará ningún beneficio para nuestros deseos egoístas, surge el problema. Deberíamos entender que estamos a punto de revelar una nueva realidad, una dimensión diferente que no tiene nada en común con este mundo. La brecha y la oposición entre los dos mundos es tan inmensa que no podemos imaginarla de antemano. No tenemos ningún ejemplo que nos permita de alguna manera, directa o indirectamente, entender, sentir o imaginar nada relacionado con la vida espiritual. Las transiciones de una persona de un mundo a otro, las cuales son llamadas “El cruce del mar final” (Iám Suf), sin saber a dónde se está yendo o sin saber lo que ahí le espera. El Creador y la criatura son dos opuestos absolutos. Y hasta que la persona se mueva de un lado hacia otro, es imposible comprender lo que su oposición significa. Por lo tanto, demandar cierto entendimiento, alcance o apoyo desde el corazón y mente egoísta de uno es como dispararse uno mismo en el pie y detener su progreso. Cómo puedes demandar algo ahora si tú mismo bloqueas la rueda en el coche que te lleva hacia adelante. ¡Está prohibido despertar los deseos egoístas! Mientras tanto, no solo no los despertamos, sino que además los amargamos con nuestros gritos: “¡Permíteme ver y sentir algo! ¡Quiero recibir alguna prueba para así librarme de cualquier duda!” es como si estuviéramos poniendo un ultimátum: “Si no recibo, no me moveré.” Incluso pensamos que esta terquedad actúa a nuestro favor.
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