
El hombre fue creado con el deseo de disfrutar que aspira a ser llenado, se siente deficiente si no lo es y ve todo el significado de su existencia en ello. Además de esto, el hombre no tiene sensación. Todas nuestras sensaciones vienen exclusivamente de los placeres que vemos ante nosotros es decir, de lo qué está construido nuestro mundo. La realidad está compuesta de las imágenes de los placeres que nos pinta nuestra imaginación. Vemos a nuestro alrededor los mundos inanimado, vegetativo, animado y a otras personas porque nuestro deseo se compone de cuatro niveles en los cuales experimentamos las imágenes de todos los placeres posibles. Pero si no queremos vivir entre estas ilusiones y deseamos ver el mundo real, tenemos que verlo no a partir del deseo de disfrutar, sino desde el deseo de otorgar. De hecho, es allí donde encontramos nuestra raíz y nuestra relación con esta, es decir, con el Pensamiento de la Creación, su programa y su propósito. Pero el deseo egoísta nos separa de todo esto, del verdadero conocimiento, de la sensibilidad y del propósito. Tenemos una oportunidad única para acercarnos a la imagen real, para poner un velo sobre el cuadro pintado para nosotros por nuestro egoísmo. Y no es que debamos dejar de ver todo esto, sino más bien dejar de darle tanta importancia como lo hacemos hoy. En vez de ello, debemos buscar la imagen de las raíces que yacen detrás, lo que emerge en los deseos mismos si ellos cambian de dirección desde la recepción hacia el otorgamiento. El deseo es uno, pero todas sus partes (el inanimado, vegetativo, animado y humano) deben transformarse en otorgamiento. Y entonces veremos las raíces de esa imagen que es vista en nuestro deseo de recibir placer para nosotros mismos. Esto se hace por medio de “la sombra de la santidad”. Después de todo, cuando una persona se esfuerza por este tipo de sombra, trata de hacerla ella misma. Pero pronto descubre que es incapaz de ello. Encuentra que su vuelo desde el deseo de disfrutar y el tratar de poner una “sombra” en esto, es decir que tratar de hacer la pantalla, la restricción y el trabajo por encima de ella, es imposible sin ayuda externa. ¡Se requiere de un milagro! Un milagro es algo que está fuera de las manos de la persona y no está disponible directamente para él como un medio obvio. Y gradualmente llega a la conclusión de que la misma raíz, la fuerza superior que quiere develar, debe ayudarlo y entregarle el ocultamiento. Sin embargo, puesto que la persona lo pide por su propia voluntad, le es contado como si él hubiera creado esta sombra. Y así él oculta su deseo de disfrutar más y más, lo cual es considerado como “no hagas a alguien lo que es odioso para ti” y él adquiere la propiedad de Bina, otorgamiento, para otorgar (Jafetz Jesed). Y cuando él termina el trabajo y se eleva por encima de todos sus deseos egoístas al Monte Sinaí, comienza a trabajar, incluso a recibir para otorgar, en “amar a su prójimo como a sí mismo”. Gradualmente, cada deseo se convierte en otorgamiento y así sucesivamente hasta el final de la corrección. Todo esto se logra por medio del ocultamiento o la llamada “modestia”. Se trata del trabajo en el cual la persona está buscando la manera de ocultar su deseo de disfrutar, de no utilizarlo directamente, de manera egoísta y ciertamente de no utilizarlo instintivamente sin pensar, sino solamente después de rigurosos análisis y pruebas. Esta es la primera etapa de nuestro trabajo. Si el ser humano en nosotros aprende a ocultarse del deseo de disfrutar dentro de nosotros, él se separa de este deseo y se eleva por encima de la pantalla. Y en ese momento, él es conectado con la raíz y hace los cálculos por encima de la razón. Así él sigue caminando la senda y avanza.
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