
La situación en el mundo de hoy ya nos muestra que la unificación vale la pena. Es incluso factible que nosotros nos conectemos y que cuidemos unos de otros. Nos beneficiaríamos si organizamos un sistema justo en el cual cada individuo trabajará de acuerdo con sus habilidades y obtuviera tanto como él o ella necesitara y no más. En realidad, ¿qué puede ser mejor que eso? Es una fórmula muy simple y sensible. Incluso a los niños les impacta esta idea. Deberían ver con qué alegría y entusiasmo leen acerca de ello porque es como un cuento de hadas que quieren que se vuelva realidad. Pero surgen muchas preguntas. Primero, ¿Por qué no somos así desde un comienzo? ¿Por qué la naturaleza nos hizo inicialmente corruptos? Segundo, ¿No podemos alcanzar esto usando nuestro propio poder? Y tercero, ¿Por qué hasta ahora no lo hemos hecho? ¿No vimos el beneficio de una vida así desde el principio? De hecho, así es exactamente como solían vivir las personas hace siglos. La sociedad comunista fue la primera fase en la civilización humana. Los primeros humanos que bajaron de los árboles eran comunistas: compartían todo y todos vivían como una familia, cada uno trabajando para el bienestar de esta. Sin embargo, más tarde el mundo se desarrolló en la dirección opuesta. Sólo podemos añorar los dichosos e inocentes días del pasado. Todo era tan simple entonces: Cada tribu solía cazar un mamut y comerlo juntos. Nadie imaginó siquiera engañar a nadie ni tomar más de lo que le correspondía. Las personas sentían que eran un todo singular y esta sensación fue preservada hasta los días de la torre de Babel. ¿Qué sucedió después? ¿Es posible regresar a la manera en la que solían ser las cosas? Nadie está de acuerdo con eso. Por el contrario, nuestra vida tiende a ser totalmente opuesta: Estamos separados, nos aislamos el uno del otro. Las personas se divorcian, todos necesitan su propia habitación, su propia casa. Y de esto se deduce que no seremos capaces de regresar al mismo ingenuo altruismo. Vemos que eso va en contra de la evolución. Podemos aprender de los tristes ejemplos de la Unión Soviética y los kibbutzim (comunidades agrícolas comunitarias en Israel). ¿Entonces qué podemos hacer? La crisis global nos ha mostrado claramente que dependemos uno de otro y estamos enlazados mutuamente como ruedas dentadas. Por otra parte, nos odiamos entre nosotros, no nos soportamos; cada uno quisiera estar completamente solo en todo el mundo para que nadie lo moleste ¿Cómo es posible combinar esas dos tendencias? Este es el problema que afronta el mundo de hoy. Manipular las tasas de interés no será suficiente. La economía refleja las conexiones entre nosotros ¿Entonces como podemos dirigirla hacia la cooperación mutua? Vemos, por ejemplo, que Alemania está rescatando a Grecia sólo porque por el momento es más barato esto que arrojar a los griegos a los lobos. Así juega el Creador con nosotros, hasta que abandonemos todo los antiguos métodos y encontremos una verdadera solución.
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