
Los grados de nuestra conexión, de cuan fuerte nos vinculamos unos con otros, son la escalera espiritual de peldaños, la escalera de los mundos. Nos vinculamos en el grado mínimo, superamos el mínimo grosor de nuestro deseo (Aviut Shoresh) y de esa manera alcanzamos al Creador sólo en el nivel de la Luz de Néfesh. Cuando nos unificamos en un grado mayor, lo alcanzamos a Él como la Luz de Rúaj, seguida por la Luz de Neshamá, Jaiá, y Iejidá. Así pasamos del mundo de Asia al mundo de Ietzirá, seguido por los mundos de Beriá, Atzilut, Adam Kadmon y finalmente llegamos al mundo de Infinito donde nuestra unidad no tiene fronteras y todo está enlazado como un todo. Hasta entonces, esta fuerza única continúa trabajando entre nosotros, confundiéndonos, y educándonos en todas las formas posibles de manera que desarrollemos una necesidad de unificarnos entre nosotros y fusionarnos con ella. Sin embargo, actúa “detrás de las cámaras”. Así es como jugamos con los niños ya que queremos que sean “ingeniosos” y usen toda su habilidad para hacer algo de forma independiente. Sabemos que sólo cuando un niño hace un esfuerzo personal gana sabiduría y entendimiento de la vida. En esto, somos iguales. Por otra parte, los niños tienen un tremendo anhelo natural y deseo de crecer; siempre están dispuestos a actuar y a aprender del mundo, mientras que nosotros somos perezosos e incapaces de obligarnos a hacer el esfuerzo necesario. Y aquí es donde la fuerza externa, la fuerza del grupo (¡y nunca la fuerza del Creador!) puede hacerlo, como está escrito: “Ayudaron a cada uno de sus amigos”.
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