Cuando se me revela el mal por primera vez, no se considera todavía como mi pecado. Sin embargo, cuando esto sucede por segunda vez, es decir, cuando descubro dentro de mí el mal y decido usarlo, este acto va a “mi cuenta”, considerándose un pecado. Es como degustar, en repetidas ocasiones, la fruta del Árbol del Conocimiento. Sin embargo, solamente cuando esto sucede por tercera vez, se me considera un verdadero pecador. La segunda vez es sólo la revelación de que yo existo en el mal. Pongamos que cometí un delito pero era mi primera vez. Incluso los tribunales toman esto en consideración como circunstancia atenuante. Me aplican un castigo leve como advertencia para que me ayude a no volver a hacer esto nunca más. En otras palabras, me están dando la fuerza de la corrección. Sin embargo, cuando, independientemente de la corrección que se me dé, conforme a la transgresión, vuelvo a cometer el delito (debido a que el deseo criminal que se despierta en mí es aún mayor que el castigo, o el temor al propio delito), esto quiere decir que realmente he pecado. Cuando transgredo por primera vez, se me revela la magnitud de mi mal. Esto no se denomina, todavía, pecado. La segunda vez, revelo cuán grande es el delito contra el Creador y me imponen un castigo ligeramente mayor que el pecado.

No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.