Cuando se me revela el mal por primera vez, no se considera todavía como mi pecado. Sin embargo, cuando esto sucede por segunda vez, es decir, cuando descubro dentro de mí el mal y decido usarlo, este acto va a “mi cuenta”, considerándose un pecado. Es como degustar, en repetidas ocasiones, la fruta del Árbol del Conocimiento. Sin embargo, solamente cuando esto sucede por tercera vez, se me considera un verdadero pecador. La segunda vez es sólo la revelación de que yo existo en el mal. Pongamos que cometí un delito pero era mi primera vez. Incluso los tribunales toman esto en consideración como circunstancia atenuante. Me aplican un castigo leve como advertencia para que me ayude a no volver a hacer esto nunca más. En otras palabras, me están dando la fuerza de la corrección. Sin embargo, cuando, independientemente de la corrección que se me dé, conforme a la transgresión, vuelvo a cometer el delito (debido a que el deseo criminal que se despierta en mí es aún mayor que el castigo, o el temor al propio delito), esto quiere decir que realmente he pecado. Cuando transgredo por primera vez, se me revela la magnitud de mi mal. Esto no se denomina, todavía, pecado. La segunda vez, revelo cuán grande es el delito contra el Creador y me imponen un castigo ligeramente mayor que el pecado.
Si ahora revelo este tipo de deseo en mí por tercera vez y el deseo es aún mayor que antes entonces esta diferencia se llama “la inclinación al mal“, pues es con ella que voy en contra del Creador. Ésta es la fuerza del Faraón dentro de mí. Ahora sí es un verdadero pecado. Es allí donde tengo que arrepentirme y pedir perdón. Indudablemente ahora sí soy un pecador. La primera vez no es más que la creación de una vasija (el deseo). La segunda vez, es la evaluación de mi pecado, mientras que la tercera vez es el verdadero crimen; es sólo como resultado de este crimen que aparece la petición de corrección. Sin embargo, la más importante de todo esto es que sólo es posible dicha corrección, a través de la Luz Circundante, la cual viene en la forma de un “grupo” o de conexión interna, donde mora el Creador. Esto significa que “Israel (todo aquél que se esfuerza en avanzar hacia el Creador), la Torá (la Luz de la corrección) y el Creador, son uno”.
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