Estas relaciones
no eran sólo dentro de su manada, familia o tribu, donde sentían que
todos estaban cerca. Realmente empezaron a sentir a los demás y
desarrollaron una relación con ellos.
Algo
como esto no existe entre los animales. Viven en familia y manada, pero
no hay conexión entre las diferentes manadas. Los humanos se
desarrollaron más allá de las conexiones familiares. Esta conexión es
egoísta, natural y, a través de ella es posible explotar a los demás
tanto como sea posible; te utilizo y me utilizas. Todo depende del
beneficio que pueda derivar de la conexión. Puedes atrapar a una persona
y comerla, esclavizarla, tomar su propiedad y si se resiste, matarla o,
podrías hacer una alianza. Las relaciones egoístas han existido hasta
hoy. No hay diferencia entre lo que fue hace miles de años y lo que es
hoy, es el mismo comportamiento -explotar a los demás al máximo para mi
beneficio o, en beneficio de mi tribu, mi pueblo o mi nación.
Así es
como siempre fue y así sigue siendo. Pero hemos llegado a un punto muy
interesante en la historia y aún no ha sido descubierto. El propósito de
este punto es despertar intensa presión, dolor y situaciones trágicas.
Todas
las familias, tribus, manadas, naciones y pueblos que antes estaban
separadas, de pronto empiezan a sentir que están conectados y dependen
unos de otros. Y esta dependencia los obliga a comportarse de manera
diferente. Por un lado, desde un punto de vista egoísta, me gustaría
aprovecharme de todos. Pero, por otro lado, entiendo que dependo de
ellos y los necesito.
Mientras
tanto, este es sólo el comienzo del desarrollo. En última instancia,
vamos a llegar a una situación en la cual la gente se verá obligada a
aceptar a todos como familia, es decir va a ver lo mucho que depende de
ellos, a pesar de que el ego no desaparece, como sucede en una familia
real.
No
sentimos una intención egoísta respecto a personas cerca de nosotros;
por el contrario, queremos hacer todo lo posible para su beneficio. Nos
comportamos amablemente con ellos, por que sentimos que son partes de
nosotros, como si fuéramos un solo cuerpo.
Entonces,
¿qué hacemos si, por un lado, la mente nos dice que los extraños están
cerca de nosotros y dependemos de ellos al cien por ciento y por otro
lado, el ego todavía no desaparece, como sucede en una familia? Estamos
entre dos fuerzas opuestas. ¡Una fuerza me ordena amar a los demás! Y
la segunda fuerza me dice que los odie! ¿Qué se puede hacer cuando hay
una división así?
¡En el
marco del mundo no hay nada que hacer y esto, es una gran tragedia! A
veces esto sucede en la familia y no hay nada que arreglar. Es un
conflicto irresoluble, como los mandatos que Abraham
recibió del Creador: “A través de Isaac tu simiente será llamada y
ahora debes traerlo al sacrificio: Y Dios dijo a Abraham: No te sientas
triste con respecto a tu sierva; cualquier cosa que Sarah diga, oye su
voz, pues en Isaac será llamada tu descendencia”(Génesis 21:12).
“Y dijo:
Por favor, toma a tu hijo, el único, a quien amas, sí, Isaac y vete a
tierra de Moriah y ofrécelo allí en holocausto sobre uno de los montes,
que te indicaré” (Génesis 22: 2)..
Si esto
sucede en una familia, no es terrible, es posible llevarse bien y
resolver el conflicto. Pero, ¿qué se puede hacer si nuestro desarrollo
natural nos lleva a un conflicto como éste, donde la vida o la muerte
depende de la capacidad de acercarnos a los demás, tanto que nos
convirtamos en un solo cuerpo como, una persona con un corazón?
Toda
nuestra sociedad, toda nuestra civilización de siete mil millones tendrá
que llegar a este descubrimiento. El ego me molesta y no me deja
acercarme a los demás y por otro lado, dependo de ellos totalmente.
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